
Mientras, abre los ojos una buena parte de la gente que se apresta a participar en sus actividades cotidianas.
Algunos duermen las mañanas como si el sol no hubiera salido. Pero, la mayoría hace posible que la ciudad siga su desarrollo social y económico. Entonces, son elementales los madrugones.
En la oscuridad, con el olor dulzón del café y los trinos de los gorriones citadinos, escuchamos pasar al hombre que cada día recoge los desperdicios del hogar.
A veces también oímos la voz alegre de las mujeres y los hombres que barren las calles para que, al levantar el sol, las encontremos muy limpias.
Así despierta Las Tunas y, poco a poco, aparecen personas de andar apurado que, tras el buenos días al vecino, emprenden su viaje, a pie o en bicicleta, hasta sus colectivos laborales o estudiantiles.
Después, mientras levanta el día, muchos salen de sus casas. Además del trabajo y la escuela, van a visitar amigos, de compras o de paseo, o a cumplir con otras obligaciones.
Lentamente, el reloj marca los minutos y la ciudad va cambiando. Lo que hace unas horas estuvo casi vacío se transforma en un hervidero de personas que van y vienen, con planes, sueños y ambiciones, además de la firme voluntad de seguir haciendo de Las Tunas una mejor ciudad.