Uno de mis tíos, Israel, es discapacitado. Desde que tenía unos meses de vida, en el lejano 1959, comenzó a perder sus facultades auditivas y nada podía hacerse. La familia recibió la noticia con dolor; pero, con el alivio de saber que ya Cuba era distinta.
Mi tío tiene hoy 50 años, tantos como la Revolución victoriosa que le cambió las miserias en las que hubiera vivido, por ser sordo y mulato.
Hoy cuando celebramos el Día del Discapacitado, lleva varias décadas insertado en la vida social, con un empleo decoroso y con el prestigio ganado a fuerza de disciplina y ejemplaridad.
Goza de los derechos y deberes que tiene cualquier otro cubano, formó una familia y vive con entera normalidad.
¡Qué suerte de Revolución!
No hay comentarios:
Publicar un comentario