Fotos: Yaimí Ravelo Rojas (Enviada
especial)
Tacarigua, Miranda (Venezuela).- En la parroquia Tacarigua,
municipio mirandino de Brión,
el sonido de los tambores y la danza son parte de la vida de las personas que
allí residen. Ellos son, en su mayoría,
gente humilde, alegre y trabajadora, decididos a sonreír y a vivir el presente
con la herencia del pasado y cultivando el futuro de todos.
Tal como ocurre en las
parroquias de Higuerote y Curiepe, del mismo municipio,
en la comunidad de Tacarigua el tambor es el punto común que une a sus
habitantes y así ocurre en todo el eje de Barlovento, un espacio del estado
venezolano de Miranda, constituido por
seis municipios autónomos: Acevedo, Brión, Buroz, Andrés Bello, Páez y Pedro
Gual.
Conocer las
tradiciones del lugar es como una bendición para quienes llegan hasta la
localidad, a unas dos horas de Caracas,
la capital de Venezuela,
pues además de la música y la danza, también se disfruta del paisaje y de la
calidez de la gente, dispuesta a echar un baile en cualquier rincón.
Así
afirman- y demuestran- dos jóvenes nacidos en Tacarigua, quienes aseguran que
llevan en la sangre el olor del cuero de los tambores y que su corazón late al
compás de los repiques, una combinación especial que los impulsa a bailar
compulsivamente, aunque el sol castigue con mucha fuerza o del cielo se
desprenda una fuerte lluvia.
Ender Machado se ha convertido en un
maestro para los más jóvenes tamboreros de Tacarigua.
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“Yo
particularmente escucho un tambor y siento que el cuerpo me vibra por dentro,
en el sentido de bailar y de tocarlo también.” Así expresa Ender José Machado Marrero,
instructor de música de un proyecto surgido al calor de la misión Cultura
Corazón Adentro, que fusiona el baile con la danza y el sonido siempre
apreciado de los tambores.
“Los
tambores de Tacarigua son los que se usan en todo el eje de Barlovento. Nosotros trabajamos lo de nosotros, lo que es
tradicional como el mina, el culo’e
puya (conjunto redondo formado por tres tambores: Prima, Cruzao y Pujao) y el
quitiplá. También exploramos lo que es
el sangueo y el San Millán, que son ritmos de la costa”.
Con el rostro sudado de tanto
bailar, el joven tacarigüense se emociona explicando que los sonidos dependen
de los materiales con los que se hacen los tambores. “Eso tiene que ver con el
tipo de tambor que sea. El culo’e puya se
hace con una madera liviana llamada lano y con cuero de perezoso o de
chivo. Para el mina hace falta madera
dura, como aguacate, tasajo o guayao. Y la
parte de arriba se resuelve con piel de la panza de las venadas”.
La rumbera Maira Piñango siente que
vuela cuando escucha el sonido de un tambor.
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Entre los
aficionados que desarrollan el proyecto Danza Tradicional Afro-Barlovento es
elemental el esfuerzo de Maira Piñango Suare, una mulata rumbera y de fácil
elocuencia.
“Desde que
estoy en pre-escolar ando en este ámbito cultural. Me gustan mucho la danza y el teatro. Comencé como facilitadora de la Misión
Cultura Corazón Adentro con un grupo de estudiantes. Surgieron inquietudes y comenzamos a
implementar varias técnicas. Gracias a
Dios hemos llegado con buen pie a todos los lugares en los que nos hemos
presentado dentro y fuera de la comunidad”.
Contenta
por esos resultados, Maira los atribuye a sus muchachos y a la misión.
“Tacarigua es rica en su manifestación cultural. Es rica en sus tambores y ahora alcanzamos la
metodología. Yo soy nacida aquí y siento
que tenemos esta pasión en la sangre.
Cuando escucho el sonido de los tambores, aunque esté durmiendo, siento
que ya estoy bailando”.
Los residentes en Tacarigua
disfrutan a plenitud el repicar de los tambores.
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A las
presentaciones de los jóvenes de Tacarigua se suma el pueblo que, inspirado en
su idiosincrasia barloventeña, baila al compás de los tambores, estudiando las
diferentes modalidades que interpretan y es que en el lugar la actividad es una
tradición que se hereda de abuelos a padres y de padres a hijos, desde hace
varias décadas.
Ahora en la
parroquia, con la presencia de los colaboradores cubanos de la Misión Cultura
Corazón Adentro, un grupo de aficionados aprende teoría y la combina con esa
práctica para disfrutar, ocupar el tiempo libre y ofrecer un espectáculo a
niños y adultos que se suman a la fiesta en cuanto escuchan el primer redoble
del tambor.
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