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Aragua
(Venezuela).- Turistas de todas partes
del mundo llegan a la República
Bolivariana de Venezuela y recorren su preciosa geografía, reunida en
desiertos, selvas, nieve y volcán, como genialmente expresa la canción Venezuela, de los
compositores españoles Pablo Herrero y José Luis Armenteros.
Así
es en un paradisíaco lugar, conocido como Colonia Tovar, en el estado de Aragua, donde el
clima, las flores y el dulce sabor de las frutas que se cultivan allá superan
la atracción que siente cualquier persona cuando aprecia las hermosas imágenes
gráficas de ese sitio.
Tentada
estaba por conocer esos parajes y la ocasión llegó de imprevisto, cuando me
propusieron visitar a los colaboradores cubanos que en materia de salud y
deportes ayudan a los residentes en la zona, descendientes en su mayoría de un
grupo de campesinos alemanes que se asentó en esas montañas en el año 1843.
Ubicada
a unos mil 800 metros sobre el nivel del mar y conocido por ser un pedacito de Alemania en Latinoamérica, esa
comarca tiene un acceso difícil e impresionante para quien no está acostumbrado
a transitar por carreteras montañosas, estrechas y rodeadas de barrancos y
acantilados.
Desde
ellas se ven los carros y las casas como minúsculas piezas de juguete; al
extremo de que los cubanos que me acompañaban aseguraron que nuestra imponente vía de La Farola, en la
oriental provincia de
Guantánamo, era insignificante en lo que a peligro y alturas se refiere.
Y
también se aprecian, a lo cerca y a lo lejos, cuales semillas dispersas en todo
el campo visual, muchos techos rojos de construcciones típicas del siglo XIX,
en la región alemana de Baden, en la orilla oriental del río Rin.
De
allá vinieron a ese pedacito del territorio venezolano muchos hombres, mujeres
y niños, atraídos por una empresa colonizadora que luego de preparar las condiciones
elementales trajo a los primeros habitantes de la colonia.
Primero
se esforzaron en producir café, aunque luego se dedicaron a las legumbres y
frutas, de manera especial a las fresas, los duraznos, las papas, los higos,
las moras, y otros cultivos típicos de climas fríos.
Inicialmente
se declararon una comunidad cerrada y no permitían el acceso de personas ajenas
ni las relaciones con los nacionales.
Pero, pasó el tiempo y las lógicas circunstancias obligaron que ese
municipio del estado de Aragua, abriera sus límites sentimentales y luego los
físicos.
El
impacto mayor en los visitantes se inició en 1960, cuando comenzó su
explotación turística. Desde entonces es
común ver a cientos de personas caminando por los senderos campestres,
degustando suculentos alimentos en los bares y restaurantes, como las
excelentes salchichas, o comprando hermosas piezas de la artesanía local.
Quienes
residen actualmente en el lugar mantienen las tradiciones elementales de sus
antepasados como el vestuario, los bailes, las costumbres y los alimentos
típicos; y desarrollan la mayoría de sus actividades cotidianas en las mañanas
pues casi todas las tardes son grises, frías y lluviosas.
Esas
personas son, en su mayoría, rubios, de ojos azules y verdes, y muchos de ellos,
aunque corresponden a las tercera y cuarta generaciones de los fundadores de la
comunidad, hablan el alemán como segundo idioma.
Y
una cantidad significativa de sus habitantes son pacientes de los médicos
cubanos radicados en el lugar, como un colombiano que luego de recuperar su
salud decidió donar cada mes algunos alimentos para enriquecer la dieta de
dichos profesionales, o como el señor Juan que lleva todos los días un termo de
café a los rehabilitadores que devolvieron los pasos a su esposa.
Hablando
de geografía, solidaridad, belleza, identidad y nostalgia con mis acompañantes
y, como por casualidades del destino, encontré en ese sitio paradisíaco muchas
plantas de mariposa
blanca, la flor que no es nativa de Cuba pero se convirtió en
símbolo nacional desde el 13 de octubre de 1936.
Junto
al olor de una espiga llegó el recuerdo por la Patria y sin pensarlo dos veces
aseguré que la Colonia Tovar es, además de alemana y venezolana, un poquito
cubana también.
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