Cada hoja que cae del
almanaque es un día menos para muchas personas o un día más; depende de cómo se
mire ese fenómeno que es la vida y que nos envuelve con pesimismo u optimismo,
en correspondencia con la alegría que tengamos, los recuerdos y las esperanzas.
Estrenar otra jornada es un reto para cada
uno de nosotros, y para algunos ancianos, de los que caminan por las calles y
se sientan en los parques de la provincia de Las Tunas, el
cantar de los gallos que anuncian el nuevo día es símbolo de otra oportunidad y
de muchas posibilidades.
Vivir dignamente es su aspiración. Sonreír.
Comer lo que se pueda, en dependencia de las enfermedades. Aconsejar a los más
jóvenes. Y disponer de tiempo libre para atender las plantas, los animales o al
jueguito de dominó de la esquina, en el que se hacen cuentos y se narran
anécdotas de muchos años atrás.
No siempre lo pueden lograr. Algunos
carecen de familia que los mime y los amigos están tan o más ocupados y
empeñados en resolver sus propios problemas. Entonces prima la impotencia, con
una buena dosis de soledad, rencores y falta de motivaciones.
Por suerte, no siempre es así. En la
mayoría de los casos, los ancianos de hoy tienen tras de sí hijos, sobrinos y
nietos que se convierten en sólidos puntales para fortalecer los brazos sin
fuerzas, los pies cansados, la mente que divaga y el alma triste por otras
separaciones.
Pero, ¿qué pasará cuando la alta
expectativa de vida y la poca natalidad de estos tiempos nos den muchos
abuelitos y pocos jóvenes? Es un reto grande que tenemos y para el cual debemos
prepararnos muy bien porque el futuro está ahí, al doblar de la esquina y cada
amanecer trae el cumpleaños de muchos que, poco a poco, van perdiendo el vigor,
la agilidad mental, los recuerdos y la salud.
El territorio tunero envejece de manera
acelerada y los ancianos de hoy y los de mañana merecen nuestro respeto y
comprensión. En nuestras manos está la posibilidad de construir el mañana. Hay
esperanzas.
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