Durante las diferentes
series de la pelota revolucionaria, los tuneros hemos ido una y otra vez al estadio Julio
Antonio Mella, con alegría y optimismo, a ver ganar y perder a nuestro
equipo de béisbol; pero, fundamentalmente, a disfrutar de excelentes
partidos, con jugadas atractivas y emocionantes.
Así ocurre desde que se
inauguró una de las más importantes instalaciones deportivas de Las Tunas, a 690 kilómetros
al este de La Habana.
De eso, hace ya mucho
tiempo, en el lejano año de 1945; aunque, para ser honesta, desde entonces ha
cambiado mucho pues no siempre fue como lo vemos en la actualidad, tan lindo y
vistoso.
La historia de ese
deporte en la ciudad tuvo muchas otras áreas, en las que se daban cita los
conjuntos de entonces. De ellas, la más
significativa fue la Glorieta
San Carlos, un terreno que se convirtió en estadio en la década del 20 del
pasado siglo, gracias al estadounidense Charles Milligan, quien donó parte de
su finca La Concordia, donde hoy se ubica la tienda La Blanquita, en el reparto
de Buenavista.
Después, se jugaba béisbol en el Estadio Vidal, del reparto
Santo Domingo, el cual se demolió en 1944; pero, por iniciativa del Alcalde
Municipal, José “Pepillo” Hernández, se creó un Patronato denominado Todo por
Tunas, que recaudó fondos para la construcción de una nueva instalación en los
terrenos que donó la familia Velázquez, en la intersección de la entonces
avenida Roosevelt, hoy calle Frank País, con la carretera de Puerto Padre, cerca de
la estación del ferrocarril.
Comenzó a funcionar a
finales de 1945,
y en esa época tenía una cerca de mampostería y una gradería de madera, techada
de guano, que luego fue de planchas de cartón y en la actualidad, está
revestida de zinc galvanizado.
Además, disponía de
varios palcos bajos, con capacidad para acoger a unas mil personas.
Por muchos años, hizo
historia en Las Tunas el estadio municipal, al que también llamaban “Chicho
Velázquez” por quien donó los terrenos. En
esa época acogió importantes encuentros de la Liga Profesional de Cuba, entre
otros acontecimientos de ese deporte, y después del Triunfo de la Revolución
Cubana, comenzó la remodelación y el acondicionamiento de la instalación.
Desde ese momento se
llamó Julio
Antonio Mella, en homenaje al líder estudiantil cubano, y con las
transformaciones, amplió su capacidad a 13 mil personas, además de un área para
el parqueo, cafetería y oficinas.
Curiosamente, en sus inicios, el terreno de juego se
trazó con el home en la zona donde hoy está el jardín central del estadio, cuya
ubicación es la correcta de acuerdo con las normas establecidas.
Ahora sus dimensiones
son 325 pies por el jardín derecho, 400 por el central y 325 por el izquierdo,
distancias esas que continuamente son superadas por los jonrones de Joan Carlos Pedroso,
Alexander Guerrero y otros integrantes del equipo tunero, que lo acogen como su
casa desde el año 1977.
Dentro, sobre la
hierba, rodeado por las gradas y las torres de iluminación vive la emoción de
este pueblo que ha visto el renacer de su conjunto en las últimas series
nacionales de béisbol, al extremo de ser esta la ocasión en la que se acumulan
más victorias.
Es este un regalo muy
merecido por la afición, que vuelve, en cada cita, para acompañar y apoyar a
nuestro equipo de pelota; aplaudiendo sus jugadas, coreando motivaciones y
hasta pidiendo a los seres divinos por otro triunfo para hacer más grande a
este territorio, a sus peloteros y al estadio Julio Antonio Mella.
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