El patriotismo es un sentimiento
profundo y antiguo, desplegado por los héroes y mártires de Cuba, y que enaltece, por sobre todas las
cosas, a ese pedazo de tierra que nos vio nacer y que está por encima de lujos,
beneficios, comodidades y posiciones.
Los cubanos lo tenemos como uno de
los valores más arraigados dentro de la sociedad y no es solo la letra y música
del Himno Nacional, los
colores del escudo o
la bandera de
la estrella solitaria, nuestros principales símbolos,
según la Constitución
de la República.
Es, además, la altivez de la palma real, el canto del tocororo y la fragancia de la mariposa blanca,
los versos de José Martí
y Nicolás Guillén,
cualquier jugada de béisbol, la
Guantanamera y
el ritmo sabroso del danzón.
Y es la suma de costumbres y
tradiciones, el puerco asado de fin de año que se comparte con familiares y
amigos, la hermandad que nace hasta en desconocidos, el regocijo por un niño
que viste su uniforme escolar y la satisfacción de tener en cada vecino un
hermano.
Al archipiélago se le debe amar
porque sí, porque es cuna y tumba de la mayoría; incluso de muchos que salen
del territorio nacional tras sus sueños y cuando llega su último día, retornan
en cenizas o de cuerpo presente al hogar grande, que dispone de un pedazo de
tierra para darles cristiana sepultura.
Eso es Patria, el anhelo por estar
acá, el paladar que se humedece cuando un olor trae recuerdos de los alimentos
preferidos, la almohada fría por largas noches de insomnio y nostalgias y el
escalofrío que eriza la piel por las notas de una canción antigua.
Patriotismo es también ese
sentimiento amargo de la ausencia y el júbilo interminable que sale por los
poros cuando se está.
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