Pocas veces en
la historia de la humanidad, una disposición legal ha provocado tantas muertes
como la Ley de Ajuste Cubano, ese engendro que nació en las entrañas de
Washington, desde el lejano año de 1966,
y que entregaba a los nacidos en la Mayor de las Antillas un estatus especial
tras un año y un día de llegar al país, incluso si eran interceptados en el
mar.
En 1995, el por esa fecha presidente Bill Clinton actualizó la norma con una orden ejecutiva
conocida como «pies secos, pies mojados», que establecía que los detenidos en
alta mar serían regresados a Cuba.
Hace pocas semanas, a escasas jornadas de concluir su
mandato presidencial, Barack Obama decidió eliminar esa política, así como el programa de admisión provisional (parole) para profesionales cubanos
de la salud, que les otorgaba estatus de residencia legal aunque llegaran sin
visa.
Pero, se mantiene vigente la Ley de Ajuste Cubano, con su larga historia de
muertes, fracasos, desapariciones y tristezas.
Desde el mismo Triunfo
de la Revolución, en enero de 1959, el gobierno de Washington, alentado por los
ultrarreaccionarios de Miami, estimuló la emigración ilegal, y la historia
recuerda las crisis de Boca de Camarioca, El Mariel, y la de los balseros, en
1994.
Anécdotas hay muchas, de hambre que lastimaba hasta el
corazón, de sed y sol que rajaba la piel, de fuertes olas, tiburones, del
desprecio de grandes buques que no prestaban atención a aquellos artefactos
flotantes… También de la selva húmeda, del desierto interminable y de las
bandas de traficantes de seres humanos que lo mismo violaban a las mujeres que
asesinaban a quien opusiera resistencia.
La ley, obsoleta y abusiva, es parte de la guerra económica de Estados
Unidos y ha provocado una fuga de cerebros entre el personal de la salud, especialmente;
pero, su alcance implica a todos los sectores de la sociedad.
Ha pasado el
tiempo y Cuba insiste en el cese definitivo de la asesina disposición que ha
llenado de luto a numerosos hogares. Algún
día será posible porque nos asiste la razón.
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