El médico
veterinario Pastor Felipe Mendoza Escanell es muy joven; sin embargo, lo
conocen miles de personas en la ciudad de Las Tunas porque lleva diez de sus 15
años de trabajo dedicados a la atención de animales afectivos.
Los ojos le
brillan cuando tiene entre sus inquietas manos a algún animal y verlo trabajar
da gusto porque habla bajito, explica cuidadosamente e infunde optimismo en que
sí, la mascota se recuperará.
Trae en sus huesos
una vocación que desde niño le marcó su destino porque desde pequeño siempre dijo
que iba a ser médico veterinario.
«Nunca hice como
otros niños, que no tuvieron bien claro lo que les gustaba hasta que crecieron.
A mí desde los siete años me gustó la especialidad. Las personas me peguntaban y yo decía que quería
operar vacas. Al principio veía muchos espacios
de televisión sobre todo los programas españoles aquellos de El hombre y la tierra. Me gustaban; pero, lo que veía en mi país era
mucha ganadería y eso era lo que me veía haciendo».
¿Qué diferencia a los veterinarios que tratan animales
productivos de los que atienden animales afectivos?
«Los médicos
veterinarios que se dedican a los animales productivos como las vacas, los
cerdos y las aves hacen su actividad un poco más del día a día, podríamos decir
que más monótona, aunque para nada es aburrida.
«Quien atiende
cerdos, todos los días tiene que hacer un proceso que no debe ser violado; pero,
en la clínica de animales afectivos todos los días es algo diferente; tú no
sabes qué vas a ver ese día ni cómo vas a resolver los problemas que se te van
a presentar».
¿Cuánto satisface salvar a una mascota?
«Los animales
afectivos, por lo general, significan mucho para sus dueños, sobre todo para
los niños y las personas mayores. Un animal que logramos salvar es una
satisfacción porque para la familia es casi un integrante más y debe parecerse
mucho a lo que siente un médico cuando devuelve la vida a una persona».
¿Cómo logra atender a los animales, en medio de las
limitaciones existentes?
«La inventiva en
esta profesión está a la orden del día. Tenemos que hacer cosas que a otros
médicos en otras latitudes les parecen increíbles. Hay que inventar todos los días algo, por ejemplo,
cosas tan sencillas como poner una sonda esofágica, utilizar un Levin, colocar
una sonda uretral a un gato o a un perro es complicado porque los calibres son
muy pequeños. A veces tenemos que buscar
pedacitos de plástico, mangueras que no vienen o que no son con ese fin.
Tenemos que buscar muchas soluciones e incluso a veces halamos de la bola de
cristal porque, tenemos casi que ser adivinos para resolver los problemas y
muchas veces no podemos resolverlos. Las
personas tienen que entender que hay cosas que no podemos diagnosticar porque
no tenemos los medios para hacerlo.
¿Cuál de tantas experiencias ha sido inolvidable?
«Una de las
experiencias más bonitas fue tratar a Leonor, una leona que hasta hace unos
años vivió en el zoológico de esta ciudad. El médico del lugar nos pidió ayuda
porque Leonor estaba inapetente, no quería comer, no se movía; y tratar a una
leona, además de difícil, es peligroso.
«Cuando nos
enfrentamos con el problema nos dimos cuenta de que a Leonor no la podíamos
tocar; había que mirarla desde lejos porque es un carnívoro de gran porte. Al final hubo que asustarla logrando que
rugiera y cuando abrió la boca fue que pudimos tirarle el medicamento con una
jeringuilla.
«Pasó un muy mal
rato porque casi se ahoga; pero, ya a los dos días comprobamos que el problema
era un parasitismo intenso, que estaba mejorando y salimos de ese paso inventando
también, buscando soluciones».
¿Cuántas especies ha atendido en tantos años?
«He tenido la
experiencia de tratar varias tortugas Morrocoy, que han venido de Venezuela fundamentalmente.
También, aves de presa como los gavilanes; iguanas y también he tenido
pacientes como un cocodrilo y un majá de Santa María que tenía garrapatas y yo
no sabía que eso podía ocurrir. Me di cuenta cuando lo revisé. Esos son los
animales más curiosos que he podido tratar.
¿Cómo se ve en el futuro?
«No me veo
haciendo otra cosa que no sea tratando animales, es lo que me gusta hacer y
seguiré mientras las capacidades me lo permitan».
Han pasado 15
años y Pastor no se arrepiente de haber escogido a la Veterinaria como su razón
de vida porque así lo soñó de niño y así se ve, cuando tenga más canas.
Por sus manos han
pasado desde un majá hasta una leona, y ahí está, en su consultorio, esperando
cada mañana la llegada de pacientes que no hablan; pero, le expresan sus
emociones de diferentes maneras.
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