La
ciudad de Las Tunas despierta cada día, de domingos a sábados, con el canto de
los gallos, los trinos de los gorriones, pregones de los vendedores y los
ladridos de los perros, que responden así al paso apurado de la gente que
madruga para vivir horas de amores y fracasos, de alegrías y tristezas, de
esperanzas y trabajo… en fin, otra jornada de vida.
Amanece
y las altas temperaturas de estos meses desplazan el tradicional frescor del
alba en medio del ajetreo cotidiano en la casa, cuando la familia se despide
para enrumbar sus horas a las responsabilidades de cada cual, hasta la tarde,
cuando todos se vuelven a juntar para amarse, conversar y compartir sus
vivencias.
Al
salir, las calles, fundamentalmente las del centro, sobresalen por la limpieza
que hicieron los trabajadores que se levantaron antes y, a nuestro lado,
aparecen personas de andar rápido, que desafían al reloj y aún con el sabor del
café en sus labios se aprestan a crear y producir.
Después,
cuando levanta el sol, muchos tuneros van de compras, realizan gestiones
personales, visitan amigos y llenan la ciudad, haciéndola más viva y más bella.
A
la vez, hacen planes para el período de verano, organizan un día de playa o de
río, sueñan con paseos a lugares lindos y se aprestan a ser y estar en julio y
agosto, cuando los niños descansan de sus deberes escolares y juegan bolas,
pelota y fútbol, empinan papalotes, ven televisión y ríen la felicidad de las
vacaciones.
Cae
la tarde y, a veces, con aguaceros y tormentas eléctricas, la gente regresa, con
igual apuro en sus pasos, para continuar los deberes hogareños y dormir, soñar
y prepararse para un nuevo amanecer en la ciudad.
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