El
poblado de Omaja,
en el municipio de Majibacoa, guarda sobre su extensión una hermosa
historia de amor a los orígenes de cubanos y norteamericanos, que se fundió en
el crecimiento de la comarca y en la calidad de la gente que vive en el lugar.
Sus
calles son como otras que existen en la provincia de Las Tunas, a
690 kilómetros al este de La
Habana. Pero, a ellas las distingue
un halo misterioso y provocador, que no entiende del paso del tiempo y nos
lleva a un siglo atrás, cuando era un poblado joven y próspero.
Su
historia se extiende más allá en los almanaques hasta el 16 de octubre de 1906,
cuando se fundó en una zona casi virgen, cubierta de grandes bosques de maderas
preciosas, y atravesada, como una cicatriz, por el ferrocarril central.
Era
un lugar bueno para establecerse, a juicio de un grupo de emigrantes estadounidenses que llegaron y vivieron en
cómodas casas de madera de dos pisos, que hicieron ellos mismos y que causaban admiración en todos los que
las veían.
Hoy quedan las huellas de sus
costumbres y también emergen hasta la actualidad cuando quienes viajan de Oriente
a Occidente, y viceversa, observan la estación ferroviaria que se construyó en
lo que inicialmente fue un apeadero.
Caminar
por Omaja y recorrer sus espacios públicos es volver a vivir aquellas noches en
las que los norteamericanos
ponían, muy cerca del andén, un cartel con el nombre de Omaha, importante
centro industrial del estado de Nebraska.
El
día siguiente los cubanos reponían el letrero de Majibacoa, nombre de la finca
original, que remite a anécdotas vividas por los aborígenes que abundaban en
esa zona antes de la llegada de los colonizadores españoles.
Cada
jornada era una sorpresa para los viandantes hasta que, por mutuo acuerdo,
cubanos y norteamericanos bautizaron al lugar como Omaja, con jota en vez de la
hache intermedia del Omaha de Nebraska.
Hoy
el poblado se mantiene bonito, limpio y orgulloso de sus escuelas, cine, casa
de la cultura, instituciones de la salud y Cooperativas de Créditos y Servicios,
como la
Mártires de Omaja, con excelentes resultados en la ganadería.
Recorrerlo
es soñar con las típicas calles que se ven en las películas del oeste,
polvorientas y silenciosas, con la diferencia de que éstas no están vacías,
sino que por ellas se mueven miles de personas que, todavía hoy, construyen
historias de amor.
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