¿Quién era el Che? La historia lo
presenta como un hombre apuesto, fuerte, de barba amplia, pelo largo y un
eterno tabaco en sus labios. Dicen que
era honesto, exigente hasta consigo mismo, cumplidor y fiel hasta la muerte.
Así me enseñaron a quererlo; primero en fotos y en imágenes en blanco y
negro que la televisión repetía con cierta frecuencia, más en cada octubre
cuando el mundo lamenta su caída en combate y posterior asesinato por manos
temblorosas que además del arma empuñaban una botella de licor.
Pero, supe del amor, el respeto y el agradecimiento a Ernesto Guevara de la
Serna cuando por primera vez escuché su voz, aquejada por una persistente falta
de aire que lo hacía hablar despacio y en tono bajo, como para no asustar al
oxígeno que requerían sus pulmones.
Y esos sentimientos se multiplicaron con el paso del tiempo, cuando
descubrí al argentino que hizo suya la causa de los cubanos, que junto a
hermanos de lucha desafió las altas montañas y subió a la Sierra Maestra para
subir también a la historia de la Patria.
Con el rostro bañado de sudor participaba en trabajos voluntarios en el
corte de caña, la construcción o empujando una carretilla, con la misma moral
con la que empujaba a muchos hacia el futuro que se construía con las manos de
todos.
Un día se fue a África, y después a Bolivia. Pero, ni sus pasos ni la carta de despedida
que dejó consiguieron que yo lo olvide.
A Cuba regresó, hecho huesos y hecho historia para nunca volver a
marcharse porque más allá de un nicho en Santa Clara, ocupa el corazón de los
cubanos.
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