Hace muchos años, aproximadamente en el siglo XVII, vivió en el territorio que actualmente ocupa esta ciudad un criollo llamado Jesús Gamboa, propietario de una amplia hacienda ganadera en cuyas tierras también crecían numerosas plantas de tuna brava.
Sus animales eran reconocidos por el
tamaño, la vitalidad y sus propiedades genéticas por lo que los comercializaba
con criadores de otras zonas como Puerto Príncipe (hoy Camagüey), Bayamo y Manzanillo.
Casi siempre regalaba a quienes
llegaban hasta su finca algunos ejemplares de esa especie vegetal del género Opuntia, de la familia de las
cactáceas, pues decía la sapiencia popular que servía para proteger a seres
vivos y cosas inanimadas de las de las malas influencias, la envidia y la
avaricia.
Su cordial gesto y la cantidad de plantas
provocaron que para referirse a las propiedades del ganadero, las personas mencionaran
la hacienda de las tunas y tanto se repitió la frase que se multiplicó en el
vocabulario de las personas comunes para dar a este pueblo el calificativo que
ahora lleva con orgullo por sus orígenes.
A finales del año 2012, y muy distante
en el tiempo de aquella época de abundancia, la ciudad de Las Tunas luce triste
por la escasez de la especie que le dio el nombre y sus habitantes recuerdan
que hubo una etapa en la que se le encontraba por doquier, adornando parques,
calles, plazas y hasta las azoteas de algunos vecinos que la sembraban porque también
dicen que la tuna brava tiene las mismas potencialidades que la ceiba pues al
darle tres vueltas, se le pide un deseo y éste se cumple.
Lo cierto es que ni esas leyendas han
logrado que las diferentes especies de la Opuntia proliferen un poco
más. Ya cuesta encontrarlas en
cualquiera de nuestras vías y quien recorre estas calles se percata de esa ausencia
notable para nuestra cultura e idiosincrasia.
Aunque parezca un juego de palabras, se
están perdiendo las tunas de Las Tunas.
Apenas hay algunos ejemplares en una parte del parque Vicente
García, en el principal hotel
de esta comarca y otros salteados, distantes entre sí.
Eso resulta curioso y desconcertante
porque ese género de las cactáceas se aviene muy bien a las características
edafoclimáticas de esta
provincia, en la que las lluvias son escasas y el sol castiga con
significativa fuerza casi todo el año.
Además, esas plantas poseen
propiedades nutritivas y terapéuticas que pudieran aprovecharse, aunque-
insisto- lo más importante sería rescatarlas para fortalecer nuestra identidad
cultural y para que refuerce las características de los que aquí residimos, que
somos resistentes, firmes y con espinas para defendernos, si fuera necesario.
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