Uno de los espacios más tranquilos
de esta ciudad es el parque Antonio Maceo,
dueño de un protagonismo especial en la historia de este terruño, que desafía a
quienes pasan por sus alrededores invitándoles a acariciar sus bancos y a vivir
un instante diferente, de serenidad y equilibrio
emocional.
En el
centro de Las Tunas; pero, sin el bullicio que caracteriza a las zonas urbanas,
el antiquísimo lugar se adorna con los medios de transporte que le pasan por
uno de sus lados en una carrera contra el tiempo que no comprende la paz que
emana de este sitio.
Los pajaritos, las mujeres
jóvenes y los ancianos son los principales protagonistas del área, rodeada de
importantes instalaciones como el mercado artesanal de la cabecera provincial,
la sede de la Unión
de Escritores y Artistas de Cuba, el Palacio de los Matrimonios, la
tabaquería Enrique Casals, la farmacia que lleva su nombre y La Camagüeyana,
una tienda recaudadora de divisas.
Hoy es un símbolo de la ciudad; pero, también lo fue desde
sus orígenes. Según la enciclopedia Ecured, en
tiempos de la colonia los tuneros llamaban el lugar Plaza de Cristina, en
homenaje a una reina española de quien ahora no hay ningún monumento. En cambio, sí existen los dedicados a
diferentes personalidades cubanas.
Uno es un obelisco de tres metros de altura, ubicado en
1914, en homenaje a las víctimas de las guerras de independencia. Lo promovió el Consejo provincial de Oriente
y fue realizado por una compañía italiana.
También posee
un busto del Mayor General
Antonio Maceo Grajales, esculpido por el holguinero José
Virelles. Se develó el día 28 de agosto
de 1947 y desde entonces a la antigua Plaza Cristina se le comenzó a llamar
Parque Antonio Maceo.
En los primeros meses de 1960, al conocido parque
le nació otro monumento, dedicado, en este caso a Brígida
Zaldívar Cisneros, la esposa del Mayor
General Vicente García González, y a todas las madres de la actual provincia de Las Tunas, a
690 kilómetros de La Habana.
Ahora el Maceo es una plaza con grandes árboles y numerosos bancos en los
que la gente se sienta a descansar y a aceptar la cotidianeidad de la vida sin
apuros, con la certeza de que el reloj marca siempre 24 horas en cada jornada,
nos guste o no.
Y es un sitio
hermoso, con flores y sin ruidos, con elementos modernos y antiguos que nos
recuerdan que el tiempo pasa invariablemente pero que delante siempre está el
futuro y las ganas de vivir para disfrutar de los transeúntes, las aves y los
ancianos que leen periódicos y conversan como tan vez hicieron en el mismo
lugar hace 50 años.
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