Llora y llora la Tierra sin parar y sus
lágrimas brotan en aguaceros interminables, nevadas fuera de fecha, aumento de
las temperaturas, deshielo e incremento del nivel del mar, y en una sed intensa
que golpea con fuerza a muchas naciones, especialmente de África y del Medio
Oriente.
Llora el planeta cuando su
piel queda lisa tras arrancarle a la fuerza miles y miles de árboles y de esa
tierra lisa desaparecen mamíferos, aves, insectos, anfibios y reptiles y, en
cambio, crecen edificios, fábricas, urbanizaciones y hasta cultivos para
convertirlos en combustibles.
Llora en silencio ante las
arrugas o manchas que marcan la piel de las personas por la incidencia de los rayos ultravioletas
y llora por el incremento mundial de las enfermedades respiratorias provocadas
por la contaminación y los daños a la capa de ozono.
Y junto a la Tierra lloramos
millones de seres, víctimas de los desmanes de unos pocos que, con tal de
incrementar el peso de sus bolsillos, hiere y lastima al planeta, que ve agotar
sus riquezas porque se les ha dado un uso intensivo y hasta malévolo en ocasiones.
Muchos lloramos porque se
pierde la biodiversidad, falta el agua y el suelo se nos hace pobre; pero,
también nos crecemos y multiplicamos nuestras preocupaciones en diversas
acciones de educación ambiental para dejar un mejor futuro a las nuevas generaciones.
Así ocurre siempre el 22 de
abril, cuando se celebra el Día Mundial de la
Tierra para concientizar a las personas en relación con los numerosos
problemas ambientales que agobian al planeta.
El primer intento ocurrió en 1970, hace 43 años, y fue promovida por el
senador y activista ambiental Gaylord Nelson, para la creación de una agencia
ambiental.
En esta convocatoria participaron más de
mil universidades, diez mil escuelas primarias y secundarias y centenares de
comunidades y, gracias a esa presión social, el gobierno de los Estados Unidos creó la
Agencia de Protección Ambiental y dictó varias leyes dirigidas a la protección
del medio ambiente.
Poco después, en 1972, se celebró la
primera conferencia internacional sobre el medio ambiente, conocida como
Conferencia de Estocolmo, cuyo objetivo fue sensibilizar a los líderes
mundiales sobre la magnitud de los problemas ambientales y que se instituyeran
las políticas necesarias para erradicarlos.
En cualquier rincón de este
mundo las lágrimas nuestras y las del planeta Tierra deben crecerse y
convertirse en hechos que alivien la realidad de hoy y que disminuyan los
riesgos futuros porque la humanidad toda merece un mejor entorno, con riquezas
mejor distribuidas y un ambiente natural en el que también coexistan animales y
plantas.
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