Escuche el audio de la crónica dedicada a la palma real
A la mayor parte de los niños cubanos cuando les mandan a dibujar un paisaje les nacen varias ideas; puede ser un río, montañas o el mar; pero, casi siempre los primeros trazos frente al papel en blanco corresponden a un alto tronco y a los amplios penachos de la palma real.
A la mayor parte de los niños cubanos cuando les mandan a dibujar un paisaje les nacen varias ideas; puede ser un río, montañas o el mar; pero, casi siempre los primeros trazos frente al papel en blanco corresponden a un alto tronco y a los amplios penachos de la palma real.
Prácticamente ninguno concibe
una pintura sin ellas y durante los primeros años poco se sabe de cubanía,
historia, tradiciones o de los múltiples usos que tiene esa planta, enaltecida
con el título de Árbol Nacional de Cuba
y apodada como la reina de los campos de este archipiélago.
Eso indica entonces que a
medida que se van haciendo mayorcitos las quieren más pues de ellas aprenden con
sus abuelos, padres y maestros; poco a poco saben que viven al pie de las
montañas, a la orilla de los ríos, en extensas sabanas, en los valles rodeados
de lomas y en patios, parques y plazas de las ciudades y los poblados cubanos.
En la niñez las ven como
gigantes y cuando la estatura alcanza la adultez las siguen considerando
grandes, altivas, orgullosas, mecidas al compás del viento como en una canción
de cuna y; sin embargo, despiertas, atentas al horizonte cual valerosas
centinelas.
Nativas de Cuba y de otras
regiones cercanas, las palmas reales están en muchas partes de la provincia de Las Tunas, a
690 kilómetros al este de La
Habana, especialmente en el área protegida de Monte Cabaniguán-
Ojo de Agua, en Zabalo,
municipio de Jobabo, donde
hasta muertas garantizan la supervivencia de varias especies de aves.
En ellas anidan algunos
pájaros en peligro de extinción o endémicos del área, como los carpinteros churroso, verde y jabao, el catey,
la cotorra, el cernícalo y los sijúes cotunto y platanero.
También abundan en el Jardín
Botánico de la capital provincial. Allí el
reconocido investigador Raúl Verdecia Pérez las estudia de manera pormenorizada y las hace acompañar de
otras 60 variedades de palmáceas, de 14 géneros.
De manera general, se
mantienen silenciosas y protagonistas junto a los cubanos a través del tiempo,
desde que los indios usaran sus yaguas para armar los bohíos hasta hoy, pasando
por los momentos en los que saciaban el hambre de los mambises, curaban
diversas enfermedades y su madera daba forma a los ranchos de los campesinos.
En 1849 apareció una palma real
en el escudo patrio, diseñado ese año por el poeta Miguel Teurbe
Tolón, y desde entonces se venera y respeta por su extraordinaria altura y
por la fuerza que tienen al soportar vientos huracanados, de modo que
simbolizan la voluntad del pueblo de seguir mirando al futuro a pesar de
cualquier dificultad.
Por eso les han cantado
poetas y juglares, versos y voces que las describen pero que no encierran su
grandeza ni su esencia viva y creciente con el paso de los años, ni su
historia, acumulada durante siglos y compartida con las aves que anidan en
ellas y que le elogian suavemente su
belleza y dignidad.
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