El reloj marca poco más de
las siete de la noche y ante la inminente partida del ómnibus mi corazón se
retuerce de tristeza por la anunciada partida y, a la vez, palpita con orgullo
por la serenidad fingida que muestran mi esposo, mi adorada madre y mis
queridos hijos.
Es un momento difícil e
inolvidable que vivo entre suspiros y con lágrimas contenidas mientras pienso
en el futuro cercano, en los nuevos retos que me impone la profesión de
periodista y en el modo de enfrentar lo desconocido.
Se cierran las puertas y
las manos se agotan de tanto adiós. La
vista atrapa todo el horizonte para recordarlo durante la ausencia y
silenciosamente en mi rostro comienzan a correr pequeños arroyos de dolor.
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