De pequeña, los aviones me
resultaban curiosos, atractivos e interesantes; pero, con el paso de los años,
cuando los conocí mejor, me causaron temor.
A ellos subí una vez, y
otra, y muchas más. Sin embargo, no acabo de adaptarme. El pánico me inunda y me obliga a cerrar los
ojos y a encomendarme a Dios, a la Virgen de la Caridad del Cobre y a
Jesucristo.
Esta vez fue mucho más
complicado, un viaje más largo, fuera de las fronteras de la Patria, sobre el
mar, un avión más grande…
Pero, el deber convoca y
no hay opciones. Aunque, honestamente,
hubiera preferido un barco, o varias horas en guagua o en tren.
Ya no hay remedio, el
avión despegó y, por suerte, todo salió bien. Después de dos horas y media de
viaje avisté hermosos cerros y me sentí segura cuando mis pies tocaron la
tierra firme.
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