Te has ido, Comandante de verde
olivo, convertido en gigante. El mundo
entero te llora aunque unos pocos rían. Creen que sin ti todo acabará. Como si la muerte apagara la obra de toda una
vida. Pero, ¿de qué muerte hablo, si tú
sigues?
Hoy estás, Fidel, en el rostro
acongojado de los transeúntes, que van y vienen, con la mirada baja, ajenos al
aire que acaricia sus cuerpos y que, en cambio, no se siente roce.
Hay dolor, angustia y mucha
nostalgia de tu barba canosa, tu mirada firme, a pesar del paso del tiempo, y
tu casi eterno uniforme verde olivo.
Te has ido y, en cambio, sigues en
las voces, y en las lágrimas que se aferran a muchos ojos. Estás en la pañoleta de los niños, en los
parques y en todos nosotros, tus hijos, que crecimos con tus enseñanzas.
Estás aquí, allá y en todas partes,
gracias a tus acertadas palabras, lógicos razonamientos y tu extraordinario
caudal de información, que te convirtieron en uno de los más grandes hombres
del siglo XX e inicios del siglo XXI.
Por eso, tu nombre estará siempre en
lo más alto y, paradójicamente, en lo más profundo de nuestros corazones, en
ese pedacito que guardamos para las personas que, de tan queridas, se hacen
especiales.
Te has ido con un paso lento, suave,
como para que no sintiéramos tu ausencia; y lo lograste porque en esta, tu Cuba querida, continúa la vida y el
desarrollo de la nación.
Volverá, una y otra vez, tu
ejemplo. Sin ti, viviremos contigo, con
los principios éticos y revolucionarios que nos inculcaste día a día. Y seguirás, por siempre, a nuestro lado.
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