En Cuba se viven días de profundo dolor por
Fidel y con Raúl. Eso nadie lo
duda. Niños y ancianos, hombres y
mujeres, lloran en silencio su dolor, nuestro dolor, porque en momentos como
este, la Patria se hizo un solo puño para levantar muy en alto la bandera de la
estrella solitaria.
Conmovidos quedamos con la sentida
despedida de los dos hermanos en la piedra gigantesca que llegó al cementerio de Santa
Ifigenia desde la Sierra
Maestra y que acoge dentro de sí las cenizas del más invencible de los
hombres, Fidel Castro Ruz.
El mayor se fue a la inmortalidad el
25 de noviembre, lleno de honores y también de amores. Se marchó el que era un padre afectuoso, un
amigo a prueba de sacrificios, un ejemplo a seguir, y un jefe en todo el sentido
de la palabra. Juntos compartieron el asalto al Cuartel
Moncada, la travesía del Yate
Granma, las penurias de la guerrilla… Y juntos construyeron la Revolución Cubana.
Atrás quedó la mano de Raúl Castro Ruz en un
saludo militar con la mirada tierna. Tal vez por sus ojos salieron las lágrimas
que flotaban en su corazón. Su cuerpo
parecía y era una palma real, erguido, orgulloso, firme en su voluntad y en sus
principios. Agradecido y comprometido
porque con el menor de los hermanos, la obra continúa.
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