En la Sierra Maestra. |
Al combate de Alegría de Pío, el 5
de diciembre de 1956 le debe mucho la Patria aunque fue un hecho lamentable
porque provocó la dispersión y la posterior muerte de una veintena de los 82
expedicionarios que, apenas 72 horas antes, habían llegado a Las Coloradas, a
bordo del Yate Granma.
Ese día aciago, en medio del hambre,
los mosquitos, el cansancio y los malestares del viaje, los combatientes fueron
sorprendidos por las balas del Ejército y luego, perseguidos y acosados hasta
la captura y el asesinato a mansalva de valiosos compañeros del naciente Ejército Rebelde.
En medio de la batalla, era evidente
la desproporción en hombres y armamentos.
Las fuerzas flaqueaban; pero, de entre los guerrilleros salió fuerte la
voz de Juan Almeida Bosque:
«Aquí no se rinde nadie…», más una palabrota que reanimó al grupo en la
decisión adoptada en México de
no claudicar jamás.
Cada cual se protegió como pudo, y
se refugió en diferentes zonas. Unos
fueron víctimas de la carnicería desatada poco después y expuestos como muertos
en la acción. Otros se escabulleron y
salieron de la Sierra Maestra
hasta el Llano y una parte se quedó en las montañas, reagrupándose luego en
torno a Fidel Castro Ruz,
líder de la expedición.
Y esa, considero yo, es la mayor vigencia
del combate de Alegría de Pío. Los
sobrevivientes buscaron a Fidel, confiaron en él y le dieron su voluntad de
acompañarle en el empeño de liberar a la Patria o morir en el intento. Apenas
eran 12 hombres y siete fusiles, una locura ante los más de 60 mil efectivos
del enemigo.
Pero, ahí estaba él, con su decisión
inquebrantable y aquella frase que quedó para la historia: «Ahora sí ganamos la
guerra». Nunca se equivocaba el líder de la Revolución Cubana. Ganamos la guerra cuando el presidente Fulgencio Batista y sus
secuaces huyeron como ratas en el amanecer más glorioso de Cuba.
El Ejército Rebelde ya había
liberado varios poblados de la región oriental.
Camilo Cienfuegos
y Ernesto Che Guevara
estaban en el centro del país y, desde la clandestinidad, en las ciudades el
pueblo apoyaba a los integrantes del Movimiento 26 de julio.
El
bautismo de fuego de hace hoy 60 años daba sus frutos. La sangre derramada ese día no fue en vano.
El lomerío lloró el 5 de diciembre de 1956 y lloraron los cubanos al saber de la
masacre; pero, del hecho nació una lección; de la lección nació una voluntad, y
de la voluntad nació la victoria.
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